jueves, 22 de marzo de 2012

La Tierra Media

(A.K.A. Quito quien quita Quito)

En Junio de 1736, tres científicos franceses llegaron a la ciudad de Quito para cumplir con la misión que la Academia Francesa, con el apoyo del mismísimo rey de Francia Luis XV, les había encomendado. Dicha labor consistía en medir la longitud de un grado del meridiano terrestre en la zona ecuatorial, con el propósito de disipar todas las dudas existentes acerca de la forma de la tierra, dadas las múltiples tendencias de pensamiento basadas en teorías de Newton (las cuales proponían una forma achatada en los polos) y las hipótesis de Cassini y Descartes. Este acontecimiento, cuyas implicaciones históricas y científicas resultan por demás relevantes, posee una connotación política y social que no se manifestará sino hasta la tercera década del siglo XIX, cuando en Noticias Secretas de América, se menciona por primera vez a las tierras del Ecuador.


Considerando que el proceso independentista ecuatoriano, estuvo matizado por una amplia amalgama de intereses, y en muchas ocasiones de perpetuación y gloria personal (es el caso de Flores), no nos resulta difícil comprender que en la reunión de Riobamba, el 14 de agosto de 1830, se decidiera asignarle en tropel el nombre de República del Ecuador al renaciente estado que en apariencia, estaba destinado a llamarse República de Quito. Es así como en un abrir y cerrar de ojos, en una efímera intervención de los hasta ahora latentes regionalismos, nos quitaron a Quito y en una heterónoma decisión optaron por dividirnos en la “mitad”.
Pero el otorgamiento de aquel singular apelativo, no iba solo a remitirse a la legitimación de un nuevo estado concebido a partir de la disolución de la Gran Colombia; sino que incluso iba a determinar la marcada personalidad política y social de sus habitantes. En efecto aquel designio lingüístico parece haber condenado a los ecuatorianos a oscilar sinsentido en el espacio vacío de la incertidumbre, pues resulta que no solo tenemos nombre de línea imaginaria; sino que la sociedad del Pais de la Mitad, incurre constantemente en las conductas medianas, en no avanzar ni en retroceder, en el Mediopartidismo, en el Medioevo intelectual y porque no, en la mediocridad. El síndrome se generaliza y acrecienta en el centro de la mitad, en su capital: Quito. Sin desmerecer su notable belleza e indiscutible riqueza cultural, la clase media de la franciscana ciudad andina; es decir: la mitad del centro del medio, se caracteriza precisamente por la tibieza de su personalidad, por su marcada fobia al conflicto y principalmente por su imperturbabilidad en función de los menesteres que no le competen, disfrazando su mediocre comportamiento en un estoicismo que difícilmente acabamos de comprender. La lamentable indiferencia con la cual la clase media, en apariencia acomodada, responde a las diversas manifestaciones pasionales, es excepción en pequeñísimas ocasiones, las cuales no superan una querella de pareja, una reyerta vial o la eterna dialéctica futbolera.


Mi gran amigo José Antonio Baquero (autor del poema cuyo nombre he plagiado como subtítulo de este artículo) afirma con frecuencia que los quiteños somos recurrentes adoradores del medio, prendiéndole una vela a Dios y otra al diablo, esperando a que uno de los dos nos favorezca. Resulta oportuno entonces mencionar, que este marcado comportamiento, podría ser uno de los tantos impulsores culturales que alimentan las asimetrías en relación con otros estados, los cuales han superado ya el medievalismo posicional y se han volcado a la práctica, a empaparse y resolver los problemas que a todos aquejan, tales como la desigualdad, la corrupción, la ilegalidad y la desinformación, aplacando la tendencia conformista que fomenta la imagen de un grupo humano enquistado en la desesperanza, que se asemeja al Isengard del maestro Tolkien, no por su inverosímiles personajes; sino mas bien por su ubicación geográfica en un enclave de la Tierra Media.

Sin embrago la desproporción implica también un resaltable contrapeso, una tendencia contraria conformada por pocos hombres y mujeres que escapando a la realidad del medio, defiende a carta cabal sus posturas poco centralizadas en el queminportismo predominante. Son personas que evocan a la praxis de una militancia ideológica activa, que mantienen patente el delta del dialogo y del debate, y que renuncian a rajatabla al inconstante péndulo de la rutina intelectual, tan incrustado en una sociedad que no crece con sus victorias ni aprende de sus derrotas; sino que insiste en jugar al empate. Es por consiguiente tarea de todos, tomar conciencia acerca de lo mencionado. Debemos comprender que la influencia del oscuro medio, nos esclaviza solamente hasta donde nosotros mismos se lo permitimos. Es oportuno también recalcar, que la mitad a la que me he referido, nada tiene que ver con la armonía equilibrada, el justo medio aristotélico o la misma aclaración posterior del citado Baquero, quien luego asegura que la tendencia quiteña podría autorregularse, apelando a una conciencia colectiva que considere un futuro diferente. Bien mencionaba el Doctor Albert Einstein: “La vida es como andar en bicicleta, para mantener el equilibrio hay que seguir en movimiento”. Es justamente aquel equilibrio, sustentado en movimiento (léase avance, desarrollo y progreso) el que debemos procurar, tomando las causas justas como propias, defendiendo nuestras posturas, generando nuevas ideas. El rechazo a la insensibilidad, es una inversión que no contempla el fracaso y que por el contario, viabiliza la posibilidad de un bienestar mayoritario, pues lo único que necesita el mal para triunfar, es que los buenos no hagan nada.

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