martes, 18 de septiembre de 2012

Los Pilares de la Crisis (1era Parte)

Sobre el Relativismo ético en las Ciencias del Espíritu

La película The Muppets, se estrenó oficialmente en los Estados Unidos el 23 de noviembre de 2011. La trama del film, enfrenta a las singulares marionetas con un nefasto empresario, el cual pretende demoler el teatro Muppet para extraer petróleo del fondo del mismo. Al mando de Kermit la Rana, los Muppets deberán volver a reunirse con el afán de recaudar los recursos económicos suficientes para evitar la catástrofe.

Esta historia, que en cierto modo se muestra infantil ante los ojos tenuemente escudriñadores del ciudadano común, nos permite apreciar de manera simplificada la inmemorable dialéctica existente entre los lineamientos que definen las acciones buenas y malas. Sin duda alguna, la intención de aquel bufonesco empresario (y me refiero estrictamente al personaje de película que he mencionado anteriormente) es la de obtener los lucrativos beneficios que contempla la extracción petrolera; por supuesto y como resulta evidente, las consecuencias de dicha explotación pasan a un segundo plano para el personaje.

Ahora bien, resultaría aventurado mencionar que los mezquinos intereses personales o corporativistas de nuestro villano ficticio, están basados en una cruda realidad contemporánea; y sin embargo, no creo ser el único espectador que por al menos un momento, haya hecho un ligero parangón entre la fantasía y la realidad. De esta manera y a breves rasgos, podríamos discurrir de esta entretenida producción cinematográfica, la intención patente de sus autores por insistir en la dicotomía bondad-maldad. En concordancia con lo anterior y continuando con este razonamiento, resultaría muy poco probable que exista alguien entre la audiencia de la película que se muestre a favor del empresario petrolero. Pero mas allá del emotivismo ético que nos puedan producir las entrañables figuras de los personajes que nos acompañaron a muchos en nuestra niñez, no podemos negar que los seres humanos estamos naturalmente inclinados a favorecer las acciones que contemplan valores como la amistad, la sinceridad, la constancia y el respeto. No es casual entonces el hecho de que para la mayoría de nosotros, resulte desagradable un acto público de corrupción o engaño. De lo precedente, podríamos asegurar que sin importar nuestra procedencia o condición social o económica, existen ciertas tendencias ecuménicas, las cuales parecen guiar el comportamiento propio y ajeno, y nos permiten establecer criterios fundamentados para actuar. Así nuestros actos, tendrán como directriz general la tendencia al bien, aunque en muchas ocasiones, ese norte no sea otra cosa que un bienestar aparente.

De este modo, aprender a dirimir entre un bien real y un bien aparente, parece ciencia de toda la vida; sin embrago es posible considerar algunas variables importantes que, separadas de circunstancias particulares, definirán con claridad a una serie de principios universales, los cuales parecen estar patentes en todas las personas por igual. Por otro lado, el afán de considerar este tipo de postulados generales en la vida cotidiana, no es sin duda empresa sencilla. Las acepciones contemporáneas de lo correcto, se han visto minadas por la presencia inequívoca de una corriente filosófica que lo pone a todo en perspectiva de la circunstancia: el relativismo. Dicha corriente, se ve manifiesta en varias disciplinas humanas que van desde el comportamiento moral, hasta las estructuras del ordenamiento jurídico, ciencia, cultura y verdad. Al respecto y a modo de ejemplo, sostengo mi postura en relación con ella, tomando las palabras del historiador del arte Ernst Gombrich: “El relativismo cultural ha llevado a prescindir de la herencia mas valiosa en cualquier actividad científica, del empeño por buscar la verdad”.

Al momento que la finalidad última de la actividad científica (considérense dentro de esta a las ciencias naturales, exactas, técnicas, humanas y espirituales) se ve perjudicada por el anhelo de proponer a la verdad como una deducción relativa, que se ha formulado a partir de un consecuencialismo condicionado por las circunstancias o la cultura que lo engloban, estaríamos a punto de justificar innumerables barbaries cometidas a lo largo de la historia. Simplificando, si la verdad depende de las condiciones históricas, culturales, étnicas o sociales en las cuales se ha formulado, podíamos asegurar que en tiempos del circo romano, los gladiadores destinados a batirse en duelo con las bestias, no poseían Derechos Humanos. Esta realidad aparente podría pasar por verdad para un relativista; sin embargo e insistiendo en las palabras del previamente citado Gombrich: “Aunque como yo, no soy relativista, no creo que cada generación tenga sus verdades”.

Lo cierto es que ni los romanos ni ninguna otra civilización en la historia, está en capacidad de revocarle los Derechos Humanos a un ser humano; aunque en varias ocasiones estos se vean perjudicados por su vulneración o incumplimiento, o en caso específico que acabo de citar, aun no hayan sido institucionalizado en una ley positiva. Aquellos esclavos romanos, poseían exactamente los mismos Derechos Humanos que poseemos nosotros en pleno siglo XXI; aunque en ese entonces, no estaban reconocidos por ninguna autoridad y por lo tanto pasaban desapercibidos. Este razonamiento nos permite deducir que los Derechos Humanos no surgen tras un proceso político como una revolución, o un cambio de gobierno; sino que por el contario siempre han existido, que son inherentes a la condición humana, y que aparecen junto al ser, al momento mismo de la existencia. En concordancia con lo anterior, podemos concluir que la realidad percibida por la sociedad romana del siglo I, nada tiene que ver con la verdad absoluta acerca de los derechos, los mismos que han estado, están y estarán vigentes en los hombres, mientras existan personas sobre la tierra. Aquella verdad persiste independientemente de la época. Lo que si depende de la temporalidad o mas bien del ambiente político y social, es su reconocimiento y aplicación, pues por ejemplo en una democracia, estas garantías universales serán aprovechadas y respetadas con mayor facilidad.

Volviendo a lo nuestro, la tendencia al bienestar es patente incluso en la naturaleza humana. Apropósito dice Gombrich: “Si todos compartimos la tendencia al ritmo, que se expresa en los ornamentos de todos los pueblos, también tenemos en común la alegría por la luz y el brillo. El hombre es un ser fototrópico; si fuéramos fotofóbicos como las terminas, nos hubiéramos apartado de la luz.” Como si se tratase de un concepto consensuado, todos los seres humanos por igual, compartimos la sensación de seguridad en un ambiente iluminado, es por ello que la percepción del bien, está estrechamente ligada a lo luminoso (los convencionalismos acerca de lo divino, se han manifestado históricamente en relación a la luz; Dios mismo es luminoso, el portador de luz).

Como este, existen innumerables ejemplos del apetito de bienestar de la persona, el cual encuentra convergencia en un nivel de análisis mucho mas profundo en comparación al convencional, análisis que inicia en el establecimiento de las causas últimas del ser: la metafísica.

Continúa…

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