martes, 19 de octubre de 2010

¿Cómo defender algo en lo que no creemos?

por: Pablo Begnini

Cuando William Wallace, escocés que dirigió a su país contra la ocupación inglesa, alzó su voz frente al ejército enemigo diciendo: “Podrán quitarnos la vida, pero jamás nos quitarán la libertad”, lo hizo con el enorme convencimiento y respaldo moral que motivó a su pueblo a levantarse en armas en contra la opresión del rey Eduardo I. El honor de Wallace y el de sus hombres, lo llevaban impreso en el corazón, hasta el punto de ofrecer su propia vida en sacrificio, con tal de garantizar a las futuras generaciones su derecho a ser libres y a no vivir bajo la figura déspota y autoritaria de su enemigo.

Pero, ¿cuáles son las motivaciones que llevan a un ser humano a inmolar su existencia en pos de un ideal? ¿Es acaso posible que aun existan personas que sean capaces de sacrificarse para defender sus más sagrados principios?
En una década socio cultural latinoamericana donde los valores humanos sufren uno de sus más considerables declives, las personas han optado por inclinarse hacia una tendencia poco favorable a la comunidad democrática mundial, pues resulta innegable que los estados de derecho de América Latina son en exceso endebles y me aventuro con seguridad a decir que nadie, y mucho menos los ecuatorianos, somos aptos para mantener en pie un sistema democrático en cual muy poco o nada confiamos. Es irrefutable también el planteamiento de que existe aun en nuestros países un errado concepto de democracia, ya que aun estamos convencidos de que democracia es hacer fila para votar.

Resulta entonces lógico preguntar, ¿cómo participar de algo que no termina de convencernos? En principio debemos comprender que el sistema democrático nace en la propia voluntad humana de normar nuestras relaciones sociales y que dicho sistema, se ha venido nutriendo históricamente de la evolución del pensamiento humano, por lo tanto, la democracia que se debe manejar en nuestros tiempos, debe ser mucho mas madura que la democracia griega o la misma norteamericana del siglo XVIII. De la misma manera, los beneficiarios de este sistema, debemos manejar la reciprocidad de benéficos que recibimos a cambio de mantenerlo, pues sin duda el proceso de elección de nuestros gobernantes implica también una enorme responsabilidad tanto para los electores como para los elegidos, dado que nuestros mandatarios ocupan sus puestos gracias al poder de nuestra voluntad. Y es a partir de este mismo precepto, que se madura nuestra considerable participación en la institucionalidad democrática, porque si nosotros los hemos elegido, debemos estar al tanto, sondear y criticar su desenvolvimiento en el poder; poder que nosotros les otorgamos. Por supuesto, que esa fiscalización que viene de nuestra parte, debe ser coherente con esa institucionalidad democrática, respetuosa y a la altura de ese sistema normativo en el que la equidad de participación es la clave.
Es por lo tanto lógico comprender las motivaciones de patriotas como Wallace y muchos otros para defender las libertades del hombre. Esa misma libertad ahora se denomina democracia, democracia para participar, para hacerse escuchar, para demandar y en especial para sentirnos libres y dignos. Antes que empapelar nuestros medios de democracia, debemos empezar por comprenderla y en especial por promoverla desde los cimientos de la sociedad.

Cuando William Wallace luchaba por su pueblo en los campos de batalla, lo hacía convencido de que la victoria elevaría su idea de libertad por todo lo alto de las esferas históricas, pero principalmente, lo hacía porque creía en ella.

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